Exmarero: “Volví a nacer luego de vivir entre la muerte”

Sovietra
Imagen con fines ilustrativos

Por Fernanda Matarrita

Foto: Taringa.net

info@rostrosehistorias.com

Dicen que el tiempo es relativo, 13 segundos no pueden significar mucho, pero para alguien que es sometido a una brutal paliza durante ese lapso,  sí.

“Sovietra” (por petición del entrevistado haré uso de un nombre ficticio) tenía tan solo 12 años cuando se enfrentó a tan salvaje golpiza, sin embargo, ese pequeño chico solo recuerda haber sentido una potente patada en su sien derecha, no tiene noción de cuál de los 15 hombres que estaban en aquel grande y desolado cuarto se la propinó.

A su memoria solo vienen los instantes en los que sintió un terrible temor al verse ante aquellos fornidos muchachos, no había vuelta atrás, él eligió estar ahí y tenía que enfrentar lo que significaba formar parte de la Mara Salvatrucha (MS-13).

Luego del acto de iniciación tardó dos semanas en recuperarse. “Mi cara quedó hinchada, parecía un monstruo, no podía caminar, tenía huesos quebrados”, recuerda “Sovietra”, quien se despertó en un lugar desconocido en el que estaba siendo atendido por una señora que curaba sus heridas.

Luego de esta experiencia han transcurrido gran cantidad de años y vivencias, “Sovietra” salió de las Maras y cuenta cómo rehace su vida después de todo lo pasado.

Hoy

“Sovietra” aceptó nuestro encuentro porque pronto dejará este que llama un “país de paz”, me muestra una línea telefónica prepago que compró antes de que nos reuniéramos, cambia constantemente de número telefónico y de residencia, es un nómada que promete abandonar Costa Rica en los próximos días. Centroamérica ya no es un lugar en el que quiera vivir, las dificultades para encontrar estabilidad laboral son muchas.

“Aprovechemos para hablar de todo lo que quieras saber, después de hoy va a ser muy difícil volvernos a encontrar”.

Actualmente supera los 30 años, tiene una pareja estable y dos pequeños hijos, atrás dejó un país, perdió a su familia, mas ganó tranquilidad y, según dice, tener a Dios en su corazón. Él logró huir de la Mara Salvatrucha y cuando asegura que escapó, es porque así lo hizo: “La única manera de salir de las pandillas es muerto”.

Él está cabizbajo y aunque la tarde es calurosa usa un abrigo con gorro, aliado perfecto para quien busca ocultar algo,  eso que no quiere mostrar son los muchas marcas que lleva en su piel, lo que menos desea es llamar la atención.

Cada una de las figuras marcadas en su cuerpo cuentan con un significado, “Sovietra” no puede valerse de la moda de los tatuajes para mostrar los suyos con total naturalidad, “los míos son alusivos, si la Policía me los ve, probablemente me deporten”, susurra.

-Contáme un poco sobre esos tatuajes, ¿qué significan?

Señala su pecho, en esa zona le hicieron el primero, “este fue mi primer premio, para poder tenerlo tuve que cometer un crimen, tenía 12 años”. No existe una razón específica, pero su rostro nunca anheló tatuarlo.

“Sovietra” cuenta que no todos los que están dentro de las pandillas son merecedores de la tinta en sus cuerpos.

“Te los ganas dependiendo de la tarea que estés cumpliendo, poco a poco se va subiendo de nivel”.

Han pasado muchas cosas desde ese primer diseño en su cuerpo, “Sovietra” hace un viaje al pasado y recuerda su infancia e inicios en la pandilla. Reunidos en una cafetería empieza a narrarme su historia.

Origen

Nació a principios de los ochentas en una provincia bastante alejada de la capital de un país centroamericano, en ella los habitantes sobrevivían gracias a la agricultura, carecían de educación y practicaban brujería y alcoholismo.

“En esa época había conflicto armado, en la comunidad era común ver Ejército y guerrilla enfrentándose, repercutiendo en nosotros, arrasando con la siembra y el poco ganado que había. La comunidad sufría violencia y abusos”.

La situación en su tierra siempre fue hostil, aunado a esto, él asegura haber crecido en un contexto de violencia familiar. “Sovietra” fue el penúltimo en nacer de 18 hijos.

“Mi  papá era muy machista, agredía a mi mamá, además estaba metido en brujería y alcohol. Todos en mi casa eran de cabello oscuro, yo nací con cabello rubio, mi papá me rechazó y nos abandonó, mi mamá luchó para sacarme adelante de la pobreza.

No teníamos médicos ni clínica cerca, todo estaba lejísimos como a 40 kilómetros de la comunidad, a pesar de todo eso mi mamá me sacó adelante, aunque mis papás no vivían juntos, mi madre siempre era víctima de su agresión”.

Iniciación

En la década de los 90, los padres de “Sovietra” decidieron trasladarse a la capital, aunque él seguía siendo un niño, ya no se sentía como tal.

“Tenía 10 años, pero no me sentía de esa edad, las circunstancias en las que viví me hicieron madurar”.

Aunque se sentía mayor, todavía le quedaba una chispa de ilusión e ingenuidad, “Sovietra” creyó que al vivir en un lugar nuevo todo sería diferente, estaba seguro de que ya no sería testigo de violencia en su núcleo familiar.

Lamentablemente, llegando a la ciudad vio cómo en su familia las agresiones continuaban.

“Con mi madurez desorientada creí que mi papá lastimaba a mi mamá por mi culpa, por eso, sin tener un destino claro decidí irme de la casa. Yo no culpo a mis padres por la violencia ni la pobreza, nosotros los menores de la casa nos vestíamos con la ropa que dejaba mi hermano, había mucha escasez”.

Cerca de cumplir los 11 años, “Sovietra” dejó su hogar, no tenía rumbo definido así que empezó a vagar. En el camino se topó con vicios, entró en el mundo del consumo de drogas y se interesó por las pandillas.

“Usaba pegamento, en ese entonces la marihuana era muy fina. En ese ambiente conocí a las Maras, de inmediato captan mi atención, me gustaba ver cómo ellos se agrupaban y se vestían. Quería pertenecer a ellos, no porque me sentía solo, sino porque quería verme como ellos.

Llegaban todos los días a una calle con una radiograbadora, ponían música y en las esquinas bailaban y fumaban. Su rutina llamó mi atención, ellos tenían la misión de reclutar gente”.

El deseo del pequeño por formar parte de la agrupación estaba por ser concedido.

“En el velorio de un marero asesinado por la pandilla rival, había unas 60 personas, entre ellas yo. Durante la despedida del fallecido, uno de los líderes de la pandilla dijo: ‘Este es el final que les espera a todos los que entran a la pandilla, salir en una caja, si no quieren esto para ustedes, es mejor que se vayan’.

Eso fue un mensaje subliminal, porque los que estábamos con la idea de estar con ellos, sabíamos que ese sería nuestro final, estaba seguro de que ese sería mi destino.

Un día los líderes de la Mara (que habían notado mi interés en ser parte de la agrupación) se acercaron y me dijeron: ‘Prepárese que el sábado usted va a ser ‘brincado’ (rito de iniciación en el que varios de los miembros más fuertes golpean al nuevo integrante durante 13 segundos)’. Yo creí que iba a ser algo bueno para mí, ese día me alisté con mi mejor ropa, estaba feliz”.

Luego de la paliza, “Sovietra” ya era parte del grupo.

Dentro

Siendo un integrante más, “Sovietra” tuvo su primer “encargo”: debía demostrar fidelidad. En esa ocasión, le pidieron que disparara contra un integrante de la pandilla contraria, su inexperiencia lo hizo fallar y fue capturado por la Policía. En esa oportunidad lo remitieron a un reformatorio del que tiempo después se escaparía; estando en la calle, logró su misión inicial y así ganó su primer tatuaje.

Si las cuentas no le fallan, durante los 13 años que integró la Mara, estuvo privado de su libertad unas 45 veces, entre correccionales para jóvenes y centros penales.

“Cuando entras al grupo ellos te acogen como familia, no te dejan nunca, de ninguna manera, si querés dejarlos tiene que ser porque te morís. Una vez un muchacho quería ser parte de la pandilla, tenía que llevarlo a presenciar un crimen. Para poner el asunto más difícil nos mandaron en bicicleta.

Al llegar al lugar le di la señal para que sacara el arma, cuando él lo hizo, el gatillo se le trabó. Quedamos al descubierto, cuando huimos, nos topamos una calle que estaban arreglando, en medio de huecos y máquinas a él se le zafó la cadena de su bicicleta, mi responsabilidad era regresar por él y traerlo conmigo. Si yo lo hubiera dejado, a mí me matan. En el grupo hay un código, si salimos dos regresamos los dos, así sea baleados o muertos”.

De la infinidad de pedidos que se le hicieron durante su estancia en la MS-13, hay una petición que “Sovietra” no olvida: una vez la persona que menos imaginó le preguntó cuánto le cobraba por asesinar a quien sería su futuro esposo.

“Una muchacha joven, hija de un matrimonio religioso y educado no quería casarse, le impusieron el matrimonio, ella me buscó y me consultó qué cuánto tenía que pagarme para que el día de la boda yo llegara a la iglesia y matara al hombre con el que estaba comprometida”.

Escapatoria

¿Cuál fue el detonante que hizo a “Sovietra” dejar  su pandilla? Una serie de sucesos lo llevaron a tomar la decisión, todo empezó una tarde cualquiera.

“Nos dijeron que en una comunidad iban a estar 300 integrantes de la pandilla rival, teníamos una camioneta y la llenamos de armamento. Al llegar, no había tantas personas como nos dijeron, calculo que quizá estaban 60 integrantes, empezamos a atacarlos a plena luz del día. De un momento a otro, nos percatamos de la presencia de la Policía, nos estaban siguiendo.

Cuando llegamos a nuestro barrio, nos rodearon totalmente, yo agarré un bolso guardé dinero y algunas armas, logré escaparme. Como yo ya no quería ir a la cárcel, ingresé a una panadería, me eché harina encima, puse las armas y el dinero en canastos, y los tapé con pan. Como sabía que el dueño tenía afuera el carro repartidor, le dije: ‘Vamos, tenemos que ir a repartir el pan’. Él tenía que agarrarla en el aire, pude huir.

Los policías entraron al destroyer (lugar en el que habitaban) echando todo abajo. Al otro día yo llegué y no encontré a nadie, en ese momento algo cambió”.

“Sovietra” pudo experimentar por primera vez en su vida una gran soledad, dice que jamás había tenido ese sentimiento.

“No soporté y me puse a llorar, jamás lo había hecho, ni siquiera cuando me apuntaban con armas.

En ese momento yo salí a la calle desesperado y vi nuestra calle que tenía como 4 cuadras, y no había nadie, la soledad seguía creciendo”.

En medio de sus sentimientos encontrados, “Sovietra” recordó a una señora que siempre le había ofrecido ayuda, ella le hizo una propuesta que de momento a él le pareció una gran idea.

“Me fui a buscar a una señora que siempre me hablaba de Dios, yo siempre la ignoré, incluso la maltraté. Cuando yo llegué, ella me preguntó qué me pasaba, y yo lloré, a lo que  respondió: ‘En mi iglesia van a haber unos encuentros, vaya, yo sé que Dios va a cambiar su vida’. Yo no pensaba en eso, lo que quería era ir a pasar el tiempo, que todo se calmara, lo vi como una salida pasajera.

Ella coordinó todo para que yo me fuera, pero justo 30 minutos antes de partir, me entero de que asesinaron a un miembro de mi pandilla que no tenía padres, sus únicos familiares estaban muy lejos, lo único que él tenía era a nosotros, no podía irme y dejarlo, había que vengar su muerte y preparar el velorio, eso era parte de mis obligaciones.

Empezó una lucha en mí, pero al final decidí irme. En el retiro estuve un fin de semana, viernes y sábado, decía que eso no era para mí, que no podía dejar la pandilla, me iban a matar”.

Al tercer día de estar en el retiro, “Sovietra” sintió algo que cataloga como sobrenatural.

“El domingo sentí algo inexplicable, lo único que pude hacer fue arrodillarme y pedirle perdón a Dios, le dije que le entregaba mi vida, no me importaba si me mataban. Sentí que había nacido luego de vivir entre la muerte.

Cuando regresé del encuentro, en un recibimiento que hicieron en la iglesia, los miembros de la pandilla se habían enterado de que yo andaba con ellos, llegaron y rodearon el lugar y empezaron a disparar. Entonces los encargados no me llevaron a la congregación, sino a una casa de un líder de esta.

Ellos ya no me podían resguardar, tenía que ver qué hacía; en eso busqué la casa de unos familiares, durante toda mi vida no los visité porque sabía que los metería en problemas. Por desgracia, la Mara tenía todo resuelto, desde que me fui ellos empezaron a buscarme, yo estaba como loco pensando qué hacer, cómo sobrevivir, pensaba en todo lo que había hecho”.

“Sovietra” encontró refugio en una casa hogar; estando ahí, su hermana menor lo visitaba, además de llevarle alimentos iba a verlo para motivarlo.

Ella y otro de sus hermanos fueron asesinados por lo que él llama una venganza: “Si me mataban a mí la venganza no era tanta”. En ese instante supo que debía dejar su país natal.

Caminante

Una vez  mientras estaba con la pandilla, llegaron a evangelizarnos, yo siempre los rechacé, era amargado y antisocial, la vara es que yo conocí a un man, él me habló directamente, empezamos a hablar, eso fue años atrás. Luego de que asesinaron a mi hermana, yo lo busqué, justo en ese momento él estaba levantando una fundación para ayudar personas, él me dijo ‘mirá puedes estar conmigo y mi familia, con tu testimonio podés ayudar a muchas personas’.

Yo le creí pero no mucho, así que me mantuve en albergues. Tiempo después él me mandó a llamar, se había ido a un país de la región y me dijo que podía mandarme a traer, él ya tenía contactos con distintas fundaciones, me dijo e inmediatamente me fui con él”.

Luego de conseguir salir de su país hace seis años, un agradecido “Sovietra” se unió momentáneamente a distintas fundaciones en las que trabajó con niños y adolescentes en riesgo social.

“A veces conocidas que son profesoras universitarias me invitan a dar charlas en sus cursos, lamentablemente eso ya no se da tanto por mi constante cambio de domicilio”.

Conseguir trabajo ha sido muy complejo para él, razón por la que piensa establecerse en otro país y así no tener que andar “rodando”.

“Las veces que conseguí trabajos fue porque la gente no sabía nada de mi historia, tuve un trabajo en una empresa conocida, pero al ver mis tatuajes me enviaron al rincón más escondido del lugar”.

La falta de empleo no ha sido lo único con lo que “Sovietra” ha tenido que lidiar, sus acciones pasadas le cobran una cara factura cada día.

“Sigo viviendo con las secuelas, tengo pesadillas, no hay noche en la que no sueñe con lo que viví. Estoy tratando de hacer todo con orden delante de Dios, quiero encontrar un modelo de vida diferente, me cuesta construir amistades, eso me afecta, me ha costado la reinserción, sí tengo algunos amigos, pero son muy pocos. Tampoco puedo vestir normal, haga frío o calor tengo que vestirme cubierto”.

“Sovietra” termina la taza de café con leche que tomó durante nuestra conversación, es hora de irse. Su paso por Costa Rica está por concluir, agradece lo seguro del país y considera invaluable el poder dormirse tranquilo en el bus de regreso a su casa, no sabe si en su próximo destino podrá hacerlo. Por ahora lo único que desea es encontrar la tranquilidad y alguna vez escribir un libro con su historia.