Por Fernanda Matarrita
Fotos: Fernanda Matarrita
Se le adelanta todos los días al sol, al ser las tres de la mañana ella está lista para empezar con su labor. “Machita” no le tiene miedo al trabajo, menos al esfuerzo, es una mujer luchadora que gracias a sus manos y a sus ganas ha sacado su vida adelante.
Si la ves a lo lejos podrás apreciar a una señora bajita y delgada, tal vez te parezca una ilusión, porque cómo alguien con esas características puede cargar dos bolsos y una olla bajo el sol o la lluvia de la tarde.
Cuando se acerca te das cuenta de que efectivamente la señora de 1.50 metros y 51 kilogramos trae bastante carga. La sorpresa no acaba, es más, incrementa.
Hormiguita valiente
Doña Aideé, mejor conocida como “Machita” tiene 74 años, y anda vendiendo los productos que son “la salvada” de las personas que trabajan al aire libre y a las que el hambre acecha.
“Le vendo a taxistas, a carros que andan haciendo fletes y a cualquier persona que quiera tomarse un cafecito. Por el tipo de trabajo de ellos les cuesta mucho tener un momento para sentarse a comer, por eso yo les traigo algo para que se alimenten rápido”.
El bolso negro que es el más grande de los que comúnmente anda, contiene 20 botellas de vidrio llenas de café con leche, aguadulce o chocolate caliente, solo esa carga tiene un peso superior a los ocho kilos. “Machita” orgullosa cuenta que eso lo jala “a puro hombro”. Esto no es todo.
También usa un bolsito de tela, en el que anda varias bolsas llenas de fresco de frutas. En una olla reluciente lleva empanadas de frijol con queso, pupusas, enyucados, arepitas y cualquier producto que se le ocurra hacer en la madrugada. Esto de lunes a viernes.
Dentro de los bolsos y la olla hay bolsas y limpiones que resguardan cada alimento para mantenerlo caliente, todo lo comestible tiene su empaque individual, ella es muy cuidadosa y como manipula dinero muy seguido procura no tocar los productos directamente.
La olla siempre va acompañada por una botella de chile casero, a sus clientes les gusta agregarle “picantico” a los productos, ella feliz los complace.
Usa un delantal de vuelos que combina bien con el largo collar y vistosos aretes que le hacen juego con su delicada blusa y femenino pantalón. Todos le compran a “ojos cerrados”, la mejor carta de presentación de lo que vende es ella, su aspecto es pulcro.
“Cada empanada con café tiene un costo de 800 colones, siempre se me vende todo, cuando no es así no me llevo nada para la casa, le regalo a los chiquillos que siempre me compran, a veces ellos no tienen para pagarme y me gusta ayudarlos”.
Los sábados son especiales para los clientes que la esperan en la Feria del Agricultor, a ellos les prepara gallo pinto y cafecito. Cuando se lo piden les lleva tamales y hasta sopa de mondongo.
“Ellos siempre tienen que ver conmigo porque ando muy limpia. A veces hago tamales a la leña y no ha pasado la venta cuando vuelvo a dejar las ollas como nuevas, me gusta tener todo impecable”.
“Machita” no necesita dormir mucho, con tres o cuatro horas le basta. Cada día se acuesta entre las 11 y 12 de la noche. De viernes a sábado pasa en vela preparando lo que horas después ofrecerá a sus comensales en la feria. Ella dice que es como una hormiguita, y tiene razón, es pequeñita pero muy trabajadora.
Luchadora incansable
Un 12 de noviembre de 1941, Granadilla de Curridabat vio nacer a Aideé Delagado Orozco, hija de Abelardo Delgado y Amparo Orozco. Su padre fue comerciante, vendía natilla, “por eso yo vendo, le saqué la herencia a mi papá”.
“Machita” tuvo 14 hermanos, la natilla que vendía don Abelardo alcanzaba apenas para mantener la casa, motivo por el cual ella solamente cursó el primer grado de primaria, “yo no sé leer ni escribir, me quedé en la casa ayudando a mi mamá”.
A sus 18 conoció a quien se convertiría en su esposo, y quien fue su único novio, “yo no era muy noviera. Antes uno se casaba para salir de la casa”. Y así lo hizo.
Con su marido estuvo por una década antes de separarse, “Machita” y él nunca lograron compaginar. De la unión nacieron dos de sus cuatro hijos: María Agnes y Miguel Ángel. Al casarse la economía en su hogar era limitada, además, dice que su esposo “tomaba mucho”, situación que la motivó a vender comidas a sus 19 años.
“Empecé vendiendo cafés, tortillas y almuerzos, tenía que sacar a mis hijos adelante, para mí ellos eran primero, lo logré con lucha y esfuerzo”.
Desde entonces han pasado 55 años, en los cuales ha alternado las ventas con distintas situaciones.
Sentadas en un poyo del parque de Alajuelita, -sitio en el que “Machita” acostumbra a vender-, me narra lo vivido a lo largo de todo este tiempo.
“Cuando me separé de mi esposo, conocí al señor con el que tengo 48 años viviendo”.
“Lo que el diablo oculta en 100 años, en minutos se descubre”, “Machita” antepone esta frase para contarme que ahorita vive en unión libre, porque de su esposo solamente se separó, no hubo divorcio.
“Hace 10 años que enviudé. Cuando voy a Misa pido para que a mi pareja le nazca casarse para estar bien ante los ojos de nuestro Señor”.
De su segunda unión “Machita” tuvo dos hijos más: Minor y Geovanny; hoy ella es nueve veces abuela y tiene dos bisnietos.
“A mis hijos no les pido nada, ellos tienen sus obligaciones”.
Difícil trayecto
La vida de “Machita” no ha sido para nada color de rosas, aunque tiene un aspecto vigoroso y una sonrisa resplandeciente, hay males que esporádicamente le aquejan: padece diabetes, presión alta y tiene un stent en el corazón.
“Hace unos días medio cuerpo se me quedó paralizado, pero yo no le pongo mucha atención a esas cosas, me hice masajes y luego me levanté como si nada”.
Empero más allá de los malestares físicos, hay un dolor interno que “Machita” tiene como herida abierta.
“La vida que he llevado con mi pareja ha sido muy dura, antes bebía mucho, pero hace cinco años hizo algo que todavía duele.
Yo no era de amigas, pero tuve una y me traicionó, mientras yo me venía a vender ella se iba a meter a mi casa. Llegó un momento en el que él me maltrataba mucho con palabras, me despachaba, yo empecé a sospechar, le pedía al Santo Cristo que me iluminara, no quería juzgarlos, quería que él confesara lo que estaba pasando.
Me fui por cinco meses de la casa, pero volví. Mis clientes me decían que no podía perder mis derechos, mi sueño siempre ha sido tener casita propia, todo lo que me gano lo invierto en la casa, hasta saqué mis cinquitos del banco, no podía perderlo todo.
Cuando regresé él no quería, pero me quedé, ese día me dijo algo que no se me olvida y que duele, todavía duele, me restó importancia y no valoró mi esfuerzo y trabajo”.
Anhelo
En medio de saludos de sus conocidos y compras de sus clientes, una querida “Machita” confiesa que su mayor sueño es ver levantada su casita nueva, eso la impulsa cada día a seguir trabajando duro.
“Trabajaré hasta que Dios me preste fuerzas, lo que hago me da vida”.
La tarde cayó, una vanidosa y esmerada “Machita” terminó de vender todo, es tan conocida que no busca a sus clientes, ellos van hacia ella. Es hora de marcharse, antes de ir a la casa pasará al supermercado a comprar ingredientes especiales, le encargaron una sopa negra y ella gustosa la preparará.