El bailarín rebelde

Azul

Por Fernanda Matarrita

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Fotos: Fernanda Matarrita

Tiene 65 años recién cumplidos, aunque ha vivido tantas cosas que parece fueran 130, “Azulito” sabe lo que es ser el más odiado pero también el más querido, sus anécdotas le han servido de aprendizaje y han formado a la persona que es hoy.

Es el alma de la fiesta, posee los atributos necesarios: es simpático, bromista y cuando se trata de traerse a todos a la pista de baile, lo consigue en un dos por tres.

“Azulito”, recién se estrena como ciudadano de oro, la celebración le cayó como anillo al dedo, justamente en el mes de su cumpleaños había Fiestas Patronales en su comunidad. Tuvo cuatro sábados y domingos para festejar y hacer lo que más le gusta: bailar.

Merengue, salsa, cumbia y lo que le pongan, el bolero le gusta mucho y cuando suena este ritmo convence a su esposa Bernardita para bailar bien pegaditos, ella disfruta acompañarlo pero para ver, el baile no se le da mucho, pero cuando toca, ¡toca!, cuenta luego de terminar la canción en la que abrazados se movieron al son de “que nos entierren juntos, en la misma tumba”.

A fondo 

A Ronald Gerardo Sibaja Castro, mejor conocido como “Azulito”, es común verlo en campañas políticas y asociaciones comunales, motivo que lo convierte en una figura bastante popular, mide 1.55 m, usa una camisa colorida, bolso cruzado, gorra y carga una cadena llena de llaves.

¿A qué se debe el sobrenombre de “Azulito”?

“Hace unos años, andaba invadiendo fincas con amigos, una vez planeamos entrar a una y todos se pusieron de acuerdo para llegar vestidos de negro, pero yo llegué de azul, cuando el líder organizó los grupos dijo: “ustedes vayan con azul”, desde ese momento todos los que me conocen me dicen así y me gusta”.

Este vecino del barrio Jazmín, al Sur de San José, ha conocido la popularidad desde siempre, la diferencia es que hace varias décadas era muy sobresaliente pero de manera negativa. “Azulito”, fue por mucho tiempo el terror de sus vecinos.

Don Ronald es sumamente ameno y accesible, mientras conversamos y le realizo algunas preguntas, acepta hablar de todo lo que ha vivido, divide su vida en dos, asegura que ha tenido “una buena y una mala”.

Llavero
Llavero hecho por sus propias manos, sirve además como su colección de monedas.

¿Una vida mala?

“Sí, yo estuve preso por homicidio y tráfico de marihuana”, de inmediato empieza a narrar su vivencia.

“Cuando tenía 19 años andaba con una mujer casada, ella me invitó a ir a un bar a bailar, yo llegué y estaba bailando con ella, la tenía bien ‘apercollada’, en eso el esposo llegó la agarró del pelo y la tiró por allá, a mí me atacó con un pico de botella,  un amigo me tiró un banco para que me defendiera, luego nos quitaron el banco y el pico de la botella, salimos a la calle (antes eran de pura piedra), a pelearnos y él se cayó y se desnucó.

A mí me llevaron preso, en aquel entonces querían condenarme a 50 años, 45 por homicidio y 5 por tráfico de marihuana. Al final solo me condenaron a 20 años por homicidio en defensa propia y a 5 por traficar droga, me salvó que la mamá del muchacho declaró como pasó todo”.

“Azulito”, estuvo en distintos centros penales, pero cuando fue llevado a San Lucas, recibió un indulto y su pena se redujo considerablemente, pasó de 25 años de condena a siete, el 22 de noviembre de 1969 quedó en libertad.

Mala vida

Durante su estancia en la cárcel, tuvo muchas experiencias, de las que quedaron grandes aprendizajes, conoció mucha maldad, también fue testigo de injusticias.

A pesar de los momentos difíciles que enfrentó, nunca dejó de ser lo que era, estando preso se rozaba con los grupos más peligrosos y respetables del penal y hacía una que otra maldad.

“Amenazaba a los compañeros, si no hacían lo que les pedía les quitaba lo que la familia les llevaba. Había un compañero que me caía muy mal, pero él siempre era bueno conmigo, una vez planeé quebrarlo en una mejenga, pero me arrepentí”.

Por un momento nuestra conversación es interrumpida, Asdrúbal Astúa, quien conoció a don Ronald en su infancia y adolescencia, llegó a saludarlo con gran afecto, al enterarse de lo que estábamos hablando, se dirige a mí diciendo que “Azulito” es una verdadera leyenda, “vieras como lo aprecio, aunque años atrás en el barrio nos haya hecho la vida imposible”.

De inmediato el bailarín recuerda una anécdota que compartieron cuando tenían 14 años.

“Él estaba jugando con unos amigos a los indios y vaqueros, me acerqué y les pregunté que si podía jugar, me dijeron que no, entonces le prendí fuego al charral en el que estaban, no me importó que dos de los que jugaban estuvieran amarrados”, aliviado recuerda que por dicha a nadie le pasó nada.

Asdrúbal recalca que cuando se enteraban que “Ronitald”, estaba en un reformatorio, o preso, para ellos era una gran tranquilidad. “Hoy él es una bendición, que dicha que cambió”, exclama mientras abraza fraternalmente a su amigo-enemigo de infancia.

Inicios

El 28 de enero de 1951, nació quien fue bautizado como Ronald Gerardo, pero a quien todos conocerían como “Azulito”, uno de los seis hijos del matrimonio entre Manuel Antonio Sibaja Aguilar y María Antonia Castro Varela.

“De padre y madre éramos seis hermanos, por parte de papá éramos 24, él tenía hijos regados”.

Testigo de cómo su papá maltrató a su madre por mucho tiempo, vio como la constante agresión motivó a que doña María Antonia dejara el hogar cuando él apenas cumplía 12 años.

“Papá fue padre y madre para nosotros, pero yo decidí irme de la casa, viví solo, andaba descarriado, en mi juventud nadie me quería en el barrio, era muy malcriado”.

“Azulito”, acepta haber sido un niño muy difícil, fue a la escuela pero por ser tan rebelde lo expulsaban constantemente, “lo poquito que sé leer y escribir lo aprendí en La Reforma, un maestro que estaba ahí condenado por abusos sexuales, nos enseñaba”.

Después de vivir fuera de la casa durante dos años, su papá logró ingresarlo al reformatorio “Ciudad de los niños”, en Cartago.

“Una vez me escapé, amenacé a un compañero, le dije que si no quería que le quitara lo que le iban a llevar los papás en la visita, que escribiera una carta fingiendo ser mi papá diciendo que tenía que irme porque se me había muerto un hermano.

Ya afuera, como era tan tequioso y nadie me quería, mi abuelita materna que en paz descanse, se dio cuenta de cómo era yo, supo que me fugué, entonces buscó meterme  a otro reformatorio, ahí estuve dos meses de castigo, en el barrio todo el mundo me tenía miedo, querían quitarme de ahí, la gente estaba contenta al saber que estaba interno. Salí y me porté bien por unos días, luego volví a las fechorías, ya después estuve preso”.

Renacimiento

Su intención no era cambiar, sin embargo, estando en la cárcel La Reforma su vida dio un giro positivo, justo cuando se alistaba para ir a jugar futbol con sus compañeros y dañar a uno de ellos, escuchó algo que lo hizo dejar todo atrás.

“Había un muchacho muy bueno conmigo, pero él no me caía bien para nada, yo planeé hacerle algo malo, lo quería quebrar cuando jugáramos mejenga, pero cuando pasé listo para jugar escuché un corito que decía “tú el alfarero y yo el barro soy”, cuando yo oigo ese corito me pongo a llorar, me salen cosas que nunca pensé sentir, me metí en las cosas de Dios, en La Reforma conocí del Señor, había un equipo que era llamado “Los aleluyas”.

Mientras estuvo privado de su libertad, conoció a una mujer que realizaba visitas por parte de Adaptación Social,  la interacción fue tal que se relacionaron, gracias a este acercamiento ella a quien él llama “Chicky”, lo ayudó a conseguir un trabajo cuando cumplió su pena. Empezó trabajando en una sastrería.

“Azulito”, libre y transformado, decidió congregarse en una iglesia, ahí conoció a quien sería la madre de uno de sus hijos: Ana Cecilia Méndez.

“Mi actual esposa no es la mamá de mi hijo, mi ex esposa en aquel tiempo me hizo caer, no hacía maldades pero no volví a la iglesia, cuando salí de la reforma en el 76, analicé que las cosas afuera son más bonitas que adentro, ahí actualicé que las cosas sin Cristo no sirven, estuve muchos años apartado de la iglesia. Aunque anduve descarriado, no estuve en malos pasos”.

Doña Bernardita, "Azulito" e Irving, son una familia muy unida.
Doña Bernardita, “Azulito” e Irving, son una familia muy unida.

Casanova

Ana Cecilia, fue su pareja sentimental durante varios años, de esa unión nació Irving Gerardo, su hijo y compañero del día a día.

“Cuando me aparté de la mamá de Irving, yo la visitaba de vez en cuando, aparentemente tengo dos hijos más con ella, por internet se averiguó que hay dos hijos míos”.

Admite haber sido muy “noviero”, en sus años mozos salió con muchas mujeres casadas, con ellas procreó varios hijos, en total tiene nueve, muchos de ellos lo ven como a un “tío”, reconoce que aceptar ser el padre habría sido un gran problema.

Hace 23 años unió su vida a la de Bernardita, el amor tan fuerte que nació entre los dos fue suficiente para que “Azulito” practicara la fidelidad.

“Cuando la conocí ella me contó que el hombre con el que vivía le pegaba mucho, ella no lo dejaba porque le daba miedo que la matara. Yo una vez le dije que se fuera a vivir conmigo, que yo iba a hablar con él, quien días después me anduvo buscando con un revólver, yo tenía una escuadra y pensé “o es él o soy yo”, al final hablamos y él aceptó que ella estuviera conmigo”.

La vida buena

En 65 años, los aprendizajes han sido múltiples, hoy agradece a la vida por todo lo que le permitió experimentar, va a la iglesia y se esfuerza por hacer el bien. Sorprendido me cuenta que una señora le dijo que a Dios no le gustaba que anduviera de baile en baile, que eso era pecado, por un momento lo intimidó, pero luego se percató de que lo pecaminoso era juzgar a los demás, y no disfrutar sanamente como él lo hace.

Hoy es muy querido, unas 25 personas lo saludaron durante nuestra entrevista, tal vez más. Se declara charlatán, prefiere tener amistades y no enemistades.

“No sé si a mí me conocen por mala o buena gente, mi hermana me dice que mi esposa y yo “somos más metidos que una cuchara en olla de arroz de leche””.

“En las fiestas de Zapote me quieren mucho,  me invitan a ir a bailar cuando tocan las marimbas. El 28 de diciembre Día de los Inocentes, yo voy y me pongo a bromear, tomo el celular finjo que estoy hablando, cuando la gente pasa les digo “oiga, oiga vea”, cuando vuelven a ver los vacilo y hago como si estuviera hablando por teléfono. Me dicen “oh señor más payaso”, pero hasta ahí”.

“Azulito”, es semejante a un trompo, bajito y girando por todas partes, sus días están llenos de distintas diligencias, no tiene trabajo fijo, cada mañana se levanta a las 5:00 a.m., a más tardar, prepara café para él y su esposa, y sale a buscar una entrada económica.

A veces hace jardines, también recolecta objetos que vende como chatarra, últimamente ha estado ayudando a un señor a vender frutas.

“Estoy haciendo las vueltas para recibir mi pensión, ahorita nos ayudamos con la pensioncita que recibe mi esposa, instituciones del gobierno también nos han ayudado. Ahorita vivimos en un ranchito, pero lo hacemos honradamente, ahí vamos saliendo”.

“Azulito”, está ansioso por irse a bailar, puso a Irving a colaborarle a los muchachos de la discomóvil a pasar los parlantes, pronto se va a armar la fiesta de nuevo, se le nota feliz.

“Mi amor vea, si uno está en esta vida tiene que andar alegre, no muerto, hay que andar vacilando, haciendo amistades.  Yo podría ser una leyenda, no fui una bonita perla, me compuse a los 27 años, antes hice y deshice”.

“Azulito” hoy disfruta de su vida buena, demuestra que para ser feliz solamente hay que tener ganas de serlo, no necesita más que un buen ánimo y una botella de agua en su bolso para alegrarse y alegrar a los presentes con sus movimientos y vitalidad. Nuestro encuentro terminó, pero el baile empezó y va para largo.

Un Comentario:

  1. Me parece muy importante, que a traves de su pluma nos permitan conocer la historia de un personaje como este señor, el cual ha pasado por mucho momentos dificiles y hoy es una persona de bien, los buenos somos mas sin lugar a dudas.

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