Crónica desde la camilla número 62

 

Por Fernanda Matarrita 

info@rostrosehistorias.com

Ilustración: Warner Draws

Víctor tiene 10 años, y camina por la acera, patea piedritas, o cualquier objeto que le sirva como pelota, a su edad y con la imaginación como camarada, todo puede asemejarse a un balón de futbol. El día está oscuro, avecinando un fuerte aguacero, anunciando también que esta noche como las anteriores, su destino es impredecible. Hace varios meses que su mamá no está.

Víctor es uno de los hermanos mayores, tiene ojos camaleónicos, de esos que dependiendo de la hora toman un color, a veces más claros, otras un poco oscuros, pero siempre brillantes. Marina su madre, falleció hace poco, y desde entonces le tocó vagar, sus hermanitos menores corrieron con distinta suerte: dos niñas fueron acogidas en un hospicio de monjas, el hermano más pequeño fue adoptado por unos padrinos, hasta el apellido le cambiaron; de los otros hermanos, Víctor no sabe más…

Seis décadas

Hoy es domingo del mes de febrero, un mes más, un día más, no hay diferencia, el sol que en horas de la mañana quemaba, se ha ido mientras cae la tarde. Aquel pequeño que pateaba piedritas es un señor: su cuerpo es delgado, su piel morena muestra como los rayos ultravioleta no han tenido clemencia, y se posaron sobre él por años…

El niño que jugaba hace casi sesenta años, hoy no puede revivir el momento, su pierna izquierda está inmóvil, mucho tiempo ha pasado desde que aseguran lugareños, él tuvo una herida que al descuidarse se carcome su carne.

Tiene la mirada perdida, el bullicio de los niños que juegan y brincan en el parque de Alajuelita no llama la atención de quien en apariencia estuvo presente durante toda la tarde de diversión,  aunque don Víctor está ahí físicamente, su pensamiento quién sabe por dónde andará.

Extiende sus manos para recibir el café endulzado con cinco de azúcar, a él le gusta bien dulce según dijo, al sujetarlo se ve como en la mano derecha no hay presencia de falanges de sus dedos índice y  corazón.

“Esto me pasó cuando me explotó una bomba en las manos; a mí me ha pasado de todo, me han pasado carros por encima, me han agarrado a patadas”, relató don Víctor. Su discurso podría resultar triste o conmovedor, mas a él no parece importarle, se muestra fuerte y a pesar de su condición de vulnerabilidad no se deja doblar, es un roble que no se mueve por más fuerte que sople el viento y ¡vaya que ha soplado!

Menos de lo mismo

Son las 4 de la mañana de un día lunes, aunque para él, es uno más del montón, hace mucho que sus ojos no detallan un calendario, don Víctor como es de costumbre está en una de las aceras aledañas al Parque Central de Alajuelita, su única posesión es una sábana delgada, el tiempo lo enseñó a no necesitar de nada más, una almohada no es su principal carencia, tampoco son las drogas ni el alcohol, él no tiene vicios, vive en la calle porque su salud no le permite buscar algo mejor o más digno.

Diez días pasaron para que aquel señor que se moviliza a rastras de una acera a otra, accediera a ir a un centro médico. Durante este tiempo tuvo que enfrentarse a diferentes y complicadas situaciones.

Robo de la almohada y abrigos que le regalaron, hasta la sopa de verduras le fue arrebatada, aunque para quien se las ha tenido que ingeniar por su propia cuenta desde una edad temprana, perder estos bienes efímeros no es la gran desgracia.

Además de perder las pertenencias que poseyó de modo pasajero, fue despojado de su condición de ser humano: sufrió el desprecio de quienes pasaban a su lado, de aquellos que barrían sus cosas y las tiraban al caño, luego de echarle agua encima a él.

Don Víctor no quería ir al centro médico, meses atrás sintió como en el lugar fue tratado con apatía por estar sucio y tener sus blancos cabellos largos y despeinados.

Funcionarios del Consejo Nacional de la Persona Adulta Mayor (CONAPAM), le visitaron en una ocasión para ver cómo se le ayudaba, sin embargo, no fue necesario debido a que una mañana don Víctor amaneció muy enfermo y de inmediato fue trasladado por algunos vecinos a la clínica de la localidad.

En esta próxima visita la historia es otra, él fue atendido por un médico que luego de valorarlo lo remitió al Hospital San Juan de Dios, debía ser sometido a análisis importantes.

Rumbo opuesto

Es 9 de marzo, la tarde es soleada, el día no es como los otros, Víctor Manuel Badilla Durán, descansa en una confortable camilla y ya no recibe el sol directamente, viste un traje celeste propio de los pacientes del hospital y no queda rastro de su cabello ni barba.

Fue recibido por un emergenciólogo que vio la gravedad de la herida que presenta en su pierna, el médico dice que el panorama no parece del todo favorecedor, de momento don Víctor será oficialmente internado y trasladado a un salón para practicarle los exámenes pertinentes por medio de los cuales se sabrá qué es eso que le está pasando.

Son las 4:30 de la tarde, hora de visita, don Víctor fue trasladado al Salón Soto, está en un tercer piso del edificio nuevo del Hospital San Juan de Dios, ocupa la camilla número 62 y en ella hay un cartón que indica el nombre que él brindó a los funcionarios, número de cédula y edad, datos que serán confirmados en los próximos días cuando se le tomen sus huellas y se pruebe su identidad en el Registro Civil.

De él

Entre medicamentos, médicos y enfermeras los días transcurren, don Víctor tiene otro semblante, se ve más repuesto, Rodrigo Lépiz, jefe de enfermería, ha notado el cambio y atribuye que una de las razones más poderosas para que él se muestre así es el cariño y cuidados que ha recibido últimamente, aún no están los resultados de los exámenes que le realizaron.

Su apetito ha incrementado y todos los días tiene un antojo diferente, los doctores y nutricionistas han autorizado una dieta libre para él, incluso le dieron un permiso especial para que le ingresen aquellos platillos que no se preparan en el recinto médico. Aunque es un hombre discreto, poco a poco se va abriendo.

Trabajo Social ya logró confirmar sus datos, él es un señor de 68 años y no han podido encontrar a su familia, de momento se están haciendo las gestiones necesarias para ubicarle un albergue, a la calle no volverá.

Cada una de las etapas de su vida ha estado bastante marcada, recuerda su niñez, una en la que fue hijo natural y tuvo varios hermanos, luego de la muerte de Marina, su madre, se las ingenió para salir adelante.

Mientras disfruta de una caja de helados, recuerda como a las puertas de su juventud, se reunió con algunos familiares, Cecilia una de las hermanas mayores tuvo la idea de alquilar una casa para que los hermanos con los que logró contacto pudieran estar juntos, así vivió él un tiempo, al menos en ese lapso se sintió nuevamente parte de una familia.

El señor de temperamento fuerte, cuenta que durante sus mejores años se dedicó a cargar bultos en el Mercado Borbón en San José, ahí uno de sus hermanos tenía un puesto. Estar inmerso en ese ambiente lo hizo convertirse en todo un hombre de negocios, incluso viajaba a Panamá.

“¿Usted conoce David?, es muy bonito Panamá, yo trabajé ahí. Había días en los que usaba saco, otros me ponía corbata”, contó con un destello en sus pizpiretos ojos.

Llega una enfermera, es momento de inyectarle Heparina, un medicamento anticoagulante que sirve para que no se ulcere su cuerpo debido a que pasa todo el día acostado por no poder caminar, explica la sonriente muchacha.

El amante del pollo y el café, paulatinamente se ha ido abriendo para compartir su historia, hasta comentó que antes le gustaba el futbol, el Deportivo Saprissa era su equipo, justamente en el salón hay un televisor transmitiendo un juego, pero hoy parece no importarle mucho.

Pacífico adiós

Días atrás le practicaron una biopsia, los resultados llegaron y lamentablemente coinciden con lo que los médicos temían, el mal que afecta su pierna es un feroz cáncer de piel, creen que lo padece hace más de 20 años, avanzó tanto que el panorama es aún más desalentador ya que hizo metástasis y también está presente en sus pulmones. No hay mucho por hacer.

Su rostro se mantiene sereno, parece no inmutarse, no comenta nada al respecto, prefiere continuar mencionando un acontecimiento poco grato en su vida.

Nunca se casó ni tuvo hijos, pero sí se enamoró apasionadamente de una mujer, el desamor de ella lo hizo atentar contra sí mismo, atravesarse ante un tráiler fue su decisión, a partir de este momento vivió el episodio más oscuro de todas sus etapas.

Lo perdió todo, la calle fue su refugio y estando ahí los vicios lo acogieron, su hermana Cecilia trató de ayudarlo en reiteradas ocasiones sin tener éxito.

A pesar de los momentos de debilidad siempre tuvo una gran fortaleza y logró salir del abismo en el que había caído, se hizo un ranchito en un lote baldío y todos los días se levantaba para ir a cargar bultos a algún mercado, por muchos años ese fue su oficio.

Una enfermedad de la que no tenía idea se iba manifestando lentamente, no notó que algo estuviera sucediendo hasta que llegó el momento en el que una gran herida en una de sus extremidades inferiores le impedía moverse, no tiene noción de cuánto tiempo estuvo así, pero desde entonces una acera lo acogió nuevamente, ya no había presencia de vicios ni tampoco de familia, las fuerzas no daban para nada, así transcurrió todo hasta hoy.

Los médicos decidieron someterlo a algunas sesiones de radioterapia, esto con la finalidad de optimizar sus últimos días.

Don Víctor tiene casi dos meses de estar internado, invierte parte de su tiempo escribiendo o pintando, varias de sus frases son de cariño y van dedicadas a su mamá Marina, la recuerda diciendo que nunca ha confiado en nadie tanto como en ella.

Una sonrisa auténtica espera en la camilla número 62 del Salón Soto, Víctor Manuel Badilla Durán aguarda a su visita, hace mucho no se sentía tan cómodo y querido; está ansioso por recibir la autorización para irse al albergue que será su nuevo hogar y ahí poder quitarse el único antojo que tiene pendiente: fumarse un blanquillo.

Don Víctor, falleció en el Hospital San Juan de Dios el sábado 9 de mayo del 2015.

*Se utiliza una ilustración debido a que el personaje no pudo ser fotografiado.

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