Don Victor: ¡Gracias por sus enseñanzas!

Por Fernanda Matarrita 

En febrero del año anterior conocí a un amigo que significa mucho para mí, el destino lo puso en mi camino y agradezco por eso. No me lo presentaron en el trabajo ni tampoco en la universidad.

El día en el que nos conocimos la tarde estaba preciosa, mi hermana Valeria y yo caminábamos mientras disfrutábamos del sol, al pasar por una acera encontramos a don Víctor, quien próximamente se convertiría en un amigo, si es que así se le puede llamar a quien llega a ocupar un lugar especial en tu corazón.

Para nosotras la edad no importó, incluso él podía haber sido nuestro abuelo, tenía 68 años, estaba muy enfermo y no podía caminar, el techo de su casa era el cielo y su cama la acera (lea: Crónica desde la camilla número 62).

Valeria y yo nos encariñamos de inmediato, y decidimos que juntas encontraríamos ayuda para él, nos tocó presenciar como sufría el desprecio e indiferencia de  aquellos que podían brindarle una mano.

Don Víctor sufrió mucho durante toda su vida, quedó huérfano a temprana edad y a partir de ahí le tocó sobrevivir a como diera lugar.

Con casi 70 años ya no tenía fuerzas ni voluntad para hacer nada, decidió dejarse morir en una acera, una vez un vecino lo llevó a un centro médico y en el lugar se expresaron mal por su aspecto y no le atendieron, la vida muchas veces le dio la espalda, pero por suerte no todo es triste en esta historia.

Mi hermana y yo nos ganamos poco a poco su confianza, lo visitamos a diario durante 10 días, al principio se negó rotundamente a ser llevado a un hospital, sus experiencias anteriores no fueron las mejores.

El 9 de marzo del 2015, ingresó al hospital San Juan de Dios, desde el primer momento fue atendido de buena gana, le cortaron el cabello, también la barba, y lo ubicaron en una cómoda camilla, a mi hermana y a mí nos autorizaron a visitarlo provisionalmente hasta ubicar a su familia. Los primeros días tenía muchos antojos, por suerte nos encontramos a Rodri, un jefe de Enfermería que nos cedió una autorización para ingresarle a don Víctor lo que pedía.

Fueron muchas nuestras vivencias en los dos meses exactos que nuestro amigo estuvo internado, tuvimos muchos sentimientos encontrados, aprendimos a enfrentar diferentes situaciones, un día lo encontrábamos en muy buen estado y al otro estaba tan débil que ni siquiera tenía apetito.

Como no éramos su familia directa, nos la tuvimos que ingeniar varias veces para ingresar a visitarlo en el momento en el que fue oficialmente internado, afortunadamente encontramos “ángeles” que nos ayudaban a entrar, lo visitamos cada día durante su internamiento y para nosotras verlo bien era más que suficiente.

Trabajo Social logró contactar a doña Cecilia, hermana de don Víctor, sin embargo, ella no podía ir a visitar a su hermano debido a que no estaba bien de salud, ella es sobreviviente de cáncer y adulta mayor.

Un mes después del internamiento de don Víctor, me dieron la tarjeta de visita, doña Cecilia estuvo de acuerdo en que mi hermana y yo visitáramos a su hermano.

Durante este proceso hubo mucha alegría y también bastantes lágrimas, conocer de la propia boca de nuestro amigo todo lo que le tocó vivir, fue bastante desolador. Aprendimos a jamás juzgar la condición de ninguna persona, don Víctor no eligió la vida que le tocó enfrentar.

Como si no hubiese sido suficiente todo lo que pasó, durante su internamiento los médicos le detectaron una enfermedad muy agresiva, tanto así que no podían hacer mucho por él.

Don Víctor estaba resignado, parecía ignorar lo que vivía, a pesar de ello a Vale y a mí siempre nos agradeció las visitas, en ocasiones hasta guardaba alimentos de los que le servían para hacernos un obsequio, lo que no sabía era que más que un presente físico nos regalaba momentos maravillosos que atesoramos siempre, nos enseñó que no hay que tener mucho para dar lo mejor.

Los días transcurrían y cada uno nos traía una aventura diferente, nos metimos a lugares inimaginables para consentirle cada uno de sus antojos, arroz cantonés con pan casero; tortillas con natilla; chicharrones; gaseosas de fresa y cajas de helado, suena sencillo, pero conseguir esos alimentos en pleno centro de San José no fue tarea fácil, pero por dicha todos se los cumplimos.

Él era serio, a veces hasta gruñón, poco a poco nos ganamos su aprecio, aunque no nos lo decía, las enfermeras nos contaban que su semblante cambiaba cada vez que nosotras llegábamos.

Fue sometido a radioterapia para optimizarle su condición, esta le quitó sus fuerzas y también el apetito. Los funcionarios del hospital siempre admiraron su fortaleza, nunca hubo queja de su parte.

Un sábado por la tarde llegué a darle su almuerzo, me topé con una devastadora sorpresa, don Víctor estaba dormidito y con transfusión de sangre, horas antes se puso muy mal, había entrado en agonía.

Lo acompañé durante varias horas, le acaricié su cabeza y susurré a su oído, segundos después suspiró y falleció, don Víctor me permitió acompañarlo en sus últimos momentos. Estar a su lado hasta el final no fue lo único que hizo: un día antes de su partida me dio el mejor de los regalos, cuando al acabar la visita nos despedimos de él, Vale y yo le dijimos al unísono “hasta mañana don Víctor, lo queremos mucho”, a lo que nos respondió “nos vemos, yo también las quiero”.

Un Comentario:

  1. No se sabe quien encontró a quien, o quien ayudó a quien, lo cierto es que fue algo maravilloso en el corazón de tres personas que tenían un destino común, bendita la hora en que se toparon!!

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